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viernes, 14 de mayo de 2010

Quiso crecer para fumar un cigarro tras otro y el humo le hizo mirar atrás en el tiempo

Si hay algo que recuerdo especialmente de mi infancia es lo mucho que me gustaba escribir historias. Es lo más parecido a ser dios que puedes aspirar como mortal. Pero durante una temporada un interrogante se alzaba entre mi mente y me hacía dudar frente al teclado (o al papel) momentos antes de iniciar la historia. A mi me gustaba crear personajes. Me gustaban las niñas malas, las buenas; los príncipes amarillos, verdes, azules y bermellones. Disfrutaba con las brujas, los magos, los orcos y los monstruos que habitaban en el fondo del armario. Pero cada personaje tiene un pasado, un futuro. Cada vez que se iniciaba una vida me pedía a gritos que la continuase y así entraba en un bucle infinito de sucesos que se fundían con la realidad. Pero llegó aquel día, probablemente una madrugada en vela que el dictado mágico se hacía presente y reclamaba una atención antes de que el sueño lo hiciera desaparecer. La niña que robaba caramelos para dar de comer a su monstruo me dijo que quería ser mayor. Abatida en el hastío de la perpetua juventud, no estaba satisfecha con sus nueve eternos años. Y eso hice, dediqué horas a hacer crecer a los personajes que tantas alegrías me habían dado.
Una vez rehechas todas aquellas vidas –jamás me cuestioné que pudieran ser menos reales que la mía propia- no volví a pensar en ellos hasta ayer por la noche, atacada de nuevo por el insomnio y con un lápiz en la mano volvieron los títeres insatisfechos. La niña que robaba caramelos fumaba ansiosamente un Marlboro y se había tapado con maquillaje barato las patas de gallo que bordeaban sus ojos verdes. No le gustaba ser mayor, me dijo. Al principio era divertido hasta que llegaron las deudas que le quitaron el sueño, o los amores tan esperados que se iban con chicas procedentes de historias de dudosa clasificación. No le gustaba trabajar, ni fumar cuatro paquetes diarios de angustias. A mi me hubiera gustado ayudarla, claro, pero ahora me dedico a la pintura y ya no escribo historias. Así que ahí la dejé, con su hipoteca y sus ansias de fumarse la vida antes de que ésta acabara con ella. 

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