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jueves, 7 de mayo de 2009

Tacto

Tus ojos verdes me queman la piel con el lento movimiento de tus manos que rozan peligrosamente las mías. Por fuera mis mejillas solo han tomado un leve color que delata que no es una conversación como las demás. Por dentro no queda nada en su sitio. Poco a poco me acostumbro a estas reacciones; ya no es la primera vez que hablamos y soy consciente de que no es la última. Tus dedos han rozado mi brazo en un inocente gesto de complicidad. Mi corazón late a mil por hora, amenaza con salirse del pecho, no quiere separarse de ti. Me duele alejarme de tu cuerpo. Deslizo mi dedo de forma despreocupada por tu camiseta sin que lo adviertas. Sonrío al pensar que hace poco más de un mes deliraba por el simple hecho de pensar que podría llegar a rozarte algún día. Aprovecho los pocos centímetros que quedan de tela y retiro mi índice de las costuras; volviendo así a la realidad. Me despido de ti con una sonrisa y tomo el retorno a mi vida. Esto me cuesta unos minutos. Durante un lapso de tiempo me siento completamente aislada. Mido cada palabra que ha salido de tu boca dirigida a mí. La examino, le doy vueltas, le busco un sentido diferente que pueda llevarme hasta ti. Pero todas están vacías; no hay nada más allá de lo que yo me quiera imaginar. Me giro en un impulso suicida de querer volver a verte. No te has dado cuenta de nada. Las circunstancias me laceran tan profundamente que apenas siento el dolor ya. Se ha convertido en algo tan habitual que mi cuerpo ya lo acepta como una rutina más. Desde que mis pesados párpados reciben el primer rayo de sol hasta que caigo de nuevo rendida. Ni en los sueños me permites un respiro. Debo aprender a convivir con tu presencia. Esperar el día que pueda verte, saludarte y tomarte como un amigo más. Pero por más que me lo repita se como va a terminar mi monótona estrategia fallida; acariciando el borde de tu camiseta mientras estás distraído, imaginando que el tejido es tu piel y puedo tocarla con tanta facilidad.

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