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sábado, 23 de mayo de 2009

Ausente

Estela toca el piano y estudia francés. Cada tarde, puntual como siempre, abandona su pequeño apartamento de las afueras de Boston para coger el metro que le conduciría hasta la academia donde toma clases. Marc no sabe que hacer con su vida. Lleva seis meses siguiendo a Estela dondequiera que esta vaya. Desde el día que vio su interminable melena rubia sobre un libro de química en la biblioteca de la universidad su alma nació por primera vez. Porque Marc nunca se habría sentado a la orilla de la playa a observar las estrellas y a cavilar sobre el significado de la vida. Aquel chico con sus eternas gafas de sol y sus deportivas de marca. Marc se reía de aquellos que pasaban tardes enteras sentados en un banco escuchando música con significado en el Ipod. Pero los vecinos ya se han acostumbrado al muchacho que cada día espera en el mismo lugar con los auriculares puestos y los ojos cerrados. Marc salía todos los sábados a las mismas discotecas a disfrutar de la vida y a vivirla al máximo; buscando las mejores chicas y cogiendo los ciegos más brutales de toda su panda. Olvidándose de quien era durante unas horas para despertar el domingo de resaca con una extraña en la cama. Pero los dueños de los locales llevan meses sin ver a aquel chico de inmortal sonrisa y ganas de paranoia. Ahora Marc se pasa los sábados en casa componiendo canciones con una guitarra que rescató de sus primeros años de adolescencia. Se imagina que a su lado está Estela tocando el piano de esa forma que solo ella sabe. Sus largos y finos dedos acariciando el marfil de las teclas le bastan para que pasen las horas muertas. Cuando Marc toma conciencia de la realidad ya es de madrugada. Entonces se imagina que Estela duerme a su lado y él puede tocar con su mano la delicada cara de porcelana. Que puede sentir el calor de su cuerpo tan cerca del suyo. Que saborea sus labios tan únicos como solo puede ser ella. Y cuando Marc siente que ya puede rozarla de verdad; que no solo hay un fantasma, que Estela está junto a él. Entonces los crueles rayos del sol le descubren una cama vacía. Su brazo cae muerto sobre la almohada. Vacío. Tan vacío como su identidad. Los días son una sucesión de rutinas que solo la visión de sus ojos grises por los pasillos le hace recordar que tiene razones para vivir. Pero ese no puede ser Marc. Marc nunca habría admitido que estaba enamorado. Marc se reía del amor. ¿Cuántas vueltas da la vida no crees? Hoy el amor se ríe de Marc.

De su cobardía,

de su incompetencia,

de sus fantasías,

de sus noches a solas,

de sus tristes canciones invocándole...

Pero él no se rinde. Por eso ahora camina por una calle que ya le resulta tan familiar. Las seis en punto y el portal se abre para dejar salir a una chica que ambos, amor y Marc, ya han tenido ocasión de conocer.

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