Mírame, mira lo que has hecho conmigo. Me has destrozado, quebrado, descuartizado y herido de muerte. Me has convertido en una acosadora en potencia de tus espaldas, secuestradora de tus miradas, violadora de tus sonrisas y ladrona de tus palabras. Soy una delincuente que huye desesperadamente de ser descubierta. Homicida de los abrazos; desafío el peligro constantemente. Te busco, te encuentro y ya he cometido mi siguiente delito. Ya no tiene fin, he caído en el vicio y disfruto con el dolor. Corro por los callejones evadiendo a los fantasmas que me persiguen; me desplomo y aprieto el play con fuerza. Las letras de las canciones de amor me hostigan, me oprimen el pecho sin dejarme respirar. Te adivino en cada una de sus palabras. Abro la primera página de mis libros favoritos y ahí estás: sonriente como siempre. Con una palabra siempre para mí. Me escabullo desesperada buscando un sitio donde tú no estés. Ya ni mi cabeza es un lugar seguro. Me resbalo de la silla y caigo en el frío suelo de mármol de mi habitación. Ruedo por el suelo y estás ahí, bajo mi cama. En todos los espejos, los escaparates y las pantallas. ¿Dónde puedo meterme? No queda territorio en este mundo libre de ti. Abro la carpeta de Mis documentos. Por supuesto hay un lugar para ti reservado. Ahora me pregunto. ¿Y mi espacio? Mi espacio pertenece a ti. A la espera inútil de los sucesos. Me reprimo a adelantarlos aún a sabiendas de que está en mi mano. Por eso la cierro con fuerza para que no se escape. Por eso aprieto los puños cuando pasas cercas de mi. Por eso escribo aquí, para guardarlo en tu carpeta y colgarlo en tu blog. Mientras tanto me esconderé en las esquinas para amordazar tu ignorancia y hurtarle las pocas indirectas que consigo arrebatarle. Mientras tanto vigilo día y noche el contador esperando encontrar tu visita solitaria. Mientras tanto, y con la cara tapada miento hasta hartarme, asesino los segundos y hago tiempo arrancándome largas tiras de inocencia. Mírame, ni yo misma me reconozco ya.
