Creative Commons License
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

miércoles, 22 de abril de 2009

Cobarde

Cobarde, maldita cobarde. No me puedo creer que me quedara ahí plantada. ¿Acaso se cuando volverás a estar? Creo que tengo todo el tiempo del mundo pero se que no es verdad. Dos meses. Que poco parece si miro hacía atrás, al principio de mi chifladura; cinco meses que pasaron tan rápido, tal vez porque vivía absorta en tu imagen y la mitad de aquellos días estaba completamente inconsciente. Agarro la cabeza con las manos, grito al vacío creyendo que tú estas ahí. ¿Qué quiero gritarte? ¿Qué te quiero? ¿Qué nunca soñé que alguien fuera tan importante para mí como lo estás siendo tú? Tal vez solo quiera preguntarte si vale la pena tanto dolor. Que en el fondo, eres tan idiota como yo. No pones nada de tu parte y me pones cada día las cosas más difíciles. ¿Disfrutas con ello o ni siquiera te has percatado? Ahora el tema no eres tú, soy yo y mi estupidez. Demoro el momento de nuestro encuentro y todavía no se porque. ¿No debería estar deseándolo? La respuesta golpetea mis oídos, se esconde entre mis pensamientos y evade cualquier contacto con el exterior. Intento agarrarla con los dedos y se desliza a tal velocidad que la pierdo de vista. Para entonces ya es demasiado tarde y no estás delante de mí esperando alguna reacción por mi parte. Me doy la vuelta avergonzada porque te he perdido otra vez y no se cuando volveré a hablar contigo. El calendario me recuerda constantemente que mire el reloj; que me angustie porque se me acaba el tiempo irremediablemente; que me corroa por dentro y me quede vacía, si no lo he hecho ya. Perdí mi esencia hace tiempo y solo quedaban un par de neuronas que me obligaban a reaccionar con la rutina. Apareciste tú y lo poco que quedaba en mi insípido interior se suicidó para dejarme desguarnecida ante ti. Tengo tanto miedo a la verdad como a la soledad; y ahora estoy sola ante la verdad. Mis mayores miedos se confrontan para hacerme temblar y llorar sin consuelo, mis rodillas ceden y caigo al frío suelo. Maldita cobardía, ella si que disfruta con esto. La oigo reírse y siento su gélido aliento en mi nuca. Maldita cobardía, no podré enfrentarme a ti si no le planto cara a ella primero. Pero yo soy una maldita cobarde. Y las cobardes nos escondemos detrás de las mentiras subjetivas. Las cobardes merecemos sufrir por esto. Maldita cobardía que has aprovechado que estoy vacía para instalarte en mi interior y apropiarte de mis órganos. ¿Has logrado tu objetivo? Dentro de dos meses, cuando te busque y ya no estés ahí porque ya es demasiado tarde. Entonces cantarás victoria sobre los restos de mi merecido fracaso.

Enchufados a Ene