Creative Commons License
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

miércoles, 8 de abril de 2009

Adicta

Vuelvo a sentarme frente al ordenador y a quedarme en blanco cuando abro el Word; no se que me pasa últimamente. Será que solo hace un par de horas que ha aparecido tu ventana en la esquina inferior derecha de mi pantalla. Cierro los ojos para evocar tu imagen en mi mente. Al hacerlo miles de sensaciones hacen retorcerse hasta la última célula de mi cuerpo; palpitar, estremecerse, sacudirse, agitarse. Todo un mundo en mi interior lucha por salirse fuera. Abro los ojos pero no sirve de nada. Ya estás aquí y mi cuerpo te reconoce: mi corazón late con tanta fuerza que se sale de mi pecho para buscarte; mi cerebro analiza nuestra última conversación con tanto detenimiento que encuentra doble sentido a las comas; mis piernas tiemblan y los brazos dejan de responderme. Ya te has adueñado de mí por completo, ahora solo soy una marioneta con la que puedes hacer lo que quieras. Tienes el control de cada átomo que constituye mi anatomía. ¿Y yo que puedo hacer? Disfrutar de cada instante como si fuera el último e intentar mantenerte suspendido en mi imaginación el mayor tiempo posible. ¿Patético no crees? Tal vez, pero es el mayor contacto físico que voy a tener contigo nunca. Mientras tanto tú no te das ni cuenta, pero eso me permite mirarte fijamente sin que sepas que lo estoy haciendo. A perderme en la profundidad de tus ojos verdes girando de un lado a otro y así ahogarme en tus dulces despedidas que tanto significan para mí. Me has ganado de un día para otro como nunca nadie lo había hecho. Te echo de menos con tanta frecuencia que me estremezco cuando me descubro pensando en ti otra vez; al fin y al cabo la reacción que mi cuerpo produce cuando apareces en mi mente es similar a la que puede causar una droga. Y aquí me encuentro yo, buscándola como obediente adicta que me he convertido.

Enchufados a Ene