Son un montón de canciones que podrían hacerme llorar hasta dejarme vacía, como tantas palabras habré dicho. O tantos problemas vomitados sobre este agujero que se llama vida, con sus posibles interpretaciones y significados. Y mil escalofríos que se reúnen en este punto de mi espalda: el que chilla para recordarme que sigo aquí, que no me pierda entre tantas luces y conserve mi pedacito de fluorescencia; que pronto será lo único que me diferencie del resto (neones navegantes en los mares de mi conciencia). Los años no me dan coherencia, ni inspiración; en el fondo este es un día como cualquier otro. Morirá gente que no se lo merecía, o tal vez sí; nacerán niños que no deberían, o tal vez sí. Probablemente si buscas esta fecha en Google aparecerán -por orden de coincidencia de palabras- millones de resultados.
Y en la convergencia de los gritos y silencios, entre la marea de segundos, minutos y horas que componen este universo enfermo que nos rodea. Sorteando una sociedad con dolor de cabeza y resaca permanente que te reprocha cada respiración fuera de lugar. Ahí está mi egocentrismo, por si alguien todavía no se ha dado cuenta.
Es cinco de abril, y sinceramente me da igual lo que esté pasando en el resto del mundo.
Es mi cumpleaños.