Dijiste que éramos los reyes del mundo, que gobernaríamos el amanecer con una sonrisa. El ocaso se doblegaría bajo nuestro peso y despertaríamos el crepúsculo mientras nos reímos del Sol y su eterno retiro.
“Mira como nos envidia la Luna; hemos hecho de nuestro amor un ángel"
Me bajaste hasta la última estrella del cielo. Me diste a beber con tu boca toda el agua del planeta. Escalaste las más altas montañas buscando mi pelo y superaste el superlativo de la prosa para situarte más allá de lo tangible. Jamás fuiste príncipe y aún así me hiciste tu princesa. Te quise hasta el punto de no hallar palabras con las que describirnos y en nuestro cariño murieron los poetas. Te enfrentaste a la palabra “Final” y dispersamos sus letras en el espacio. Nos creíamos tan fuertes que afrontamos la marea sin soltarnos las manos. Pero fue imposible parar los relojes, estrangular los calendarios y aprender de los errores. Así nos precipitamos en el vacío que un día fue nuestro refugio mientras contemplamos un “nosotros” que se estira hasta convertirse en “tú y yo”
Tú se asfixia y yo se ahoga en el llanto. Ahora somos nada.
En el fondo jamás te equivocaste:
Fuimos los reyes del mundo de las mentiras, gobernamos el amanecer con los ojos vidriosos y una sonrisa pintada. El ocaso se doblegó bajo el peso de una farsa y despertamos el crepúsculo con nuestras carcajadas de impaciencia. El sol y su perpetuo retiro solo fueron la meta que alcanzamos.
La luna nos envidiaba porque aquella noche le robamos su luz.
Pero no acertaste una cosa, nuestro amor no era ningún ángel.