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domingo, 27 de diciembre de 2009

Los ángeles no saben morir (II)

Dijiste que éramos los reyes del mundo, que gobernaríamos el amanecer con una sonrisa. El ocaso se doblegaría bajo nuestro peso y despertaríamos el crepúsculo mientras nos reímos del Sol y su eterno retiro. 

“Mira como nos envidia la Luna; hemos hecho de nuestro amor un ángel"
Me bajaste hasta la última estrella del cielo. Me diste a beber con tu boca toda el agua del planeta. Escalaste las más altas montañas buscando mi pelo y superaste el superlativo de la prosa para situarte más allá de lo tangible. Jamás fuiste príncipe y aún así me hiciste tu princesa. Te quise hasta el punto de no hallar palabras con las que describirnos y en nuestro cariño murieron los poetas. Te enfrentaste a la palabra “Final” y dispersamos sus letras en el espacio. Nos creíamos tan fuertes que afrontamos la marea sin soltarnos las manos. Pero fue imposible parar los relojes, estrangular los calendarios y aprender de los errores. Así nos precipitamos en el vacío que un día fue nuestro refugio mientras contemplamos un “nosotros” que se estira hasta convertirse en “tú y yo”
Tú se asfixia y yo se ahoga en el llanto. Ahora somos nada.
En el fondo jamás te equivocaste:

Fuimos los reyes del mundo de las mentiras, gobernamos el amanecer con los ojos vidriosos y una sonrisa pintada. El ocaso se doblegó bajo el peso de una farsa y despertamos el crepúsculo con nuestras carcajadas de impaciencia. El sol y su perpetuo retiro solo fueron la meta que alcanzamos.
La luna nos envidiaba porque aquella noche le robamos su luz.

Pero no acertaste una cosa, nuestro amor no era ningún ángel.
Recuerda que los ángeles no pueden morir. 


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