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lunes, 6 de julio de 2009

Diez muñecas de porcelana o el patito feo

Diez muñecas perfectamente alineadas reposan sobre una estantería, viendo pasar la vida a través de sus ojos cuidadosamente dibujados por una mano experta. Los delicados cabellos caen afablemente sobre los hombros de tela y se enredan con perfecta armonía en el blanco encaje. Rubias, morenas, pelirrojas; todas de dulce sonrisa suavemente trazada sobre el blanco rostro de porcelana. Ataviadas con diferentes vestidos y acicaladas con la mayor dulzura posible, presentan el pulcro conjunto de armonía que su creador pretendía transmitir.

A la luz del día solo son lindas muñecas que esperan pacientemente a su comprador. Sin desesperar, en silencio. No se sienten señaladas por las niñas de coletas rubias que pegan sus manitas al cristal suspirando por ellas, ni por los niños con pecas que golpean con sus balones el escaparate intentando en vano derribarlas. Solo pequeñas reproducciones de la caprichosa imaginación de algún artesano. Solo personajes sin alma, sin vida; incapaces de respirar. O al menos hasta que el rayo de sol más rezagado se escapa por la ventana para sumir la tienda en la penumbra. Cuando el sonido de la persiana al cerrarse y el candado afianzan la seguridad de la habitación, un soplo de fantasía se atreve a colarse en el mundo de la realidad. Apenas un aliento, y las finas manos talladas por un especialista ebanista se abren y cierran en un intento de desentumecer las articulaciones. Los párpados caen pesadamente sobre los ojos falsos en un revolotear de pestañas postizas. Bocas de piñón adornadas con un pintalabios rojo intenso comienzan a parlotear al tiempo, poniéndose al corriente en un continuo rumor de chismorreos y patrañas. Solo hay una que permanece apartada, ella no quiere participar en los cotilleos, no entiende la perfección de sus compañeras. Ella aguarda impaciente el amanecer para volver a la inercia. Nunca le ha gustado estar viva. Es la única muñeca de pelo negro y ojos marrones. La única con un sencillo vestido blanco sin encajes, sin recargos. Lino y algodón. Sus labios no son rojos ni su ego supera el tamaño que debía. Una simple muñeca a la que le faltaba una mano, consecuencia de una caída durante el transporte. Oye unos comentarios a su espalda, y ahora más que nunca le gustaría ser un simple objeto inanimado y no poder escuchar.

-¿La has visto? Intenta esconder ese horrible muñón pero no puede.

- Con ese vestido tan espantoso que lleva es imposible no fijarse en ella

- Solo su nombre ya es repulsivo: ¡Nora!

- Por no hablar de su pelo. ¡Dios mío! habrase visto esperpento semejante.

Lo dijo Ella, la primera de la fila. La más perfecta de las diez. La muñeca de tirabuzones rubios que caen ordenadamente sobre un vestido de seda rosa claro. Dotada de una hermosura espectacular hasta el último detalle, sus diminutas uñas habían sido pintadas a juego con sus ropas, engalanada como si de una dama de alta sociedad del siglo IX se tratase. Su carácter arisco y ególatra encajaba sin duda con el aspecto altivo y desdeñoso que presentaba. Se hacía llamar Casandra y era considerada, por varias razones, la reina del estante.

- ¡Tú! ¡Escoria! ¿Qué estás mirando?

Nora miraba su soberbia, su descaro. Envidiaba sus movimientos y su petulancia. Pero no lo decía, se limitaba a girar la cabeza y esperar pacientemente la madrugada.

Una noche, Nora se acercó sigilosamente a un grupo de muñecas que charraban como siempre.

-Es tan creída, ojala la compren pronto.

-Continuamente creyéndose mejor que el resto, no estaría mal que alguien le diera su merecido.

- Mírala, por ahí viene. Con un poco de suerte caerá y se hará añicos.

Casandra llegó y, ante la sorpresa de Nora, el resto de juguetes que hacía unos instantes despotricaban contra ella, ahora se deshacían en elogios.

“Tiene que ser muy desagradable eso de fingir y mentir a todas horas” pensaba ella inocentemente.

Pasados unos meses, las muñecas fueron compradas y han dejado el estante vacío. Solo ha quedado una que nadie quiso comprar. ¿Puedes adivinar cuál es?

Es la linda muñeca de largos tirabuzones rubios. Vestida y maquillada con esmero, no le sirvió de nada. Bastaba con agitarla para darse cuenta de que estaba completamente vacía.

-¿No te lo crees?- Preguntó el cisne al patito feo.

Éste lo miró con incredulidad

-¿Realmente esperabas que me lo creyera? ¿Qué asimilara el hecho de ser diferente? ¿Aguardabas una sonrisa y la salida de mis problemas con un absurdo símil? Todos sabemos que Casandra fue la primera en marcharse y que Nora finalmente acabó olvidada al fondo de un armario. Es tan evidente que todas las muñecas que hablaban eran felices en su condición de admiradoras, que su doble fachada solo es un estilo de vida en el cual no deben preocuparse. Desde luego es bonito pensar que las miradas atraviesan la apariencia para ir más allá, que han aprendido a bucear en los subconscientes y a hallarnos en nuestro mayor apogeo. No te negaré que esperamos impacientes una solución de cuento de hadas. Un escape en las canciones, una vía rápida con la sátira. Convencernos a nosotros mismos es la mayor dificultad con la que te encontrarás en la vida y aceptarte puedes darlo por imposible. Por eso nos aferramos a las ilusiones, nos desahogamos con la prosa y salimos a flote asidos a la poesía. Buscamos insaciables perfección que no existe para resguardarnos del mayor peligro: tu propio ego. Recurrimos a los defectos de los demás en un intento desesperado de alcanzar la integridad completa. Mataríamos por mirarnos al espejo y no poder vernos, y aquel que no sea capaz de reconocerlo no tiene derecho a llamarse humano.

¿Preguntas si me lo creo? Pues si, me lo he creído.

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