Creative Commons License
Esta obra está bajo una licencia de Creative Commons.

miércoles, 1 de julio de 2009

Uno

Son las tres y treinta y siete del día ciento seis. Tal vez ya sea demasiado tarde para estas confesiones pero todavía me queda algo de prosa en las venas que regalarte. Gracias a ti he aprendido a decir te quiero sin abrir la boca, a caer en la tentativa de la Prozac y negarla para fabricar mi propia droga con el mundo de palabras del que fuiste Dios por cien días. Son las tres y treinta y nueve del día ciento seis y, si te soy sincera, nunca he tenido tan pocas ganas de seguir con vida.

Puede que ayer, todavía sumisa en tu ego, a estas horas estaría mendigándote algo de amor, recogiendo cada migaja y guardándola como oro en paño. Puede que también me sintiera incompleta, vacía y deshecha. También puede que me sintiera culpable por no ser como tú querías; abandonarme a la corriente y caerme en tus brazos parecía la opción más sencilla. Pero, creo que ya te mencioné una vez que yo no era como las demás.


Es probable que ayer, a estas horas tu nombre fuera mi himno, tu imagen me persiguiera en cada espejo, en cada pantalla. Que huyera de las personas que te negaban, que te pusiera por encima de todo. Que tu pedestal fuera mi tumba y esta inútil vida que he dedicado a esperarte el último suspiro de razón que me inunde. Podrías decirme que no me pusiera melodramática, pero si no recuerdo mal te advertí de mi esquizofrenia por la prosa.


No tengo más que mirar hacía atrás para verme tocando tu melodía en los pasos de cebra, suplicando por una mirada y matando por tu aliento. Asesina, violadora y suicida en potencia por una palabra. Sin embargo, todas las historias que he contado por ti, hoy se vuelven en mi contra para defenderte a toda costa. Que pena que no sirvan de nada, espero que recuerdes cuando me anestesiaste el miocardio con tu indeferencia.


Ahora solo pido un pequeño espacio para aclarar que el primer párrafo pertenece a las tres y treinta y siete del día ciento seis.

Y Hoy son las cuatro y cinco del día uno.

Sin ti, por supuesto.

Enchufados a Ene